En su reciente libro Nexus (Harari, 2024), el historiador israelí Yuval Noah Harari hace una advertencia contundente sobre los enormes peligros que entraña la Inteligencia Artificial (IA). Afirma que hemos creado una entidad tan poderosa que, si no se toman las acciones de control adecuadas, puede tener consecuencias devastadoras para la humanidad.
Al mismo tiempo que escuchamos esta advertencia, hay un debate candente entre expertos reunidos en foros y dirigentes de organismos especializados como UNESCO y el Foro Económico Mundial sobre el futuro de la IA en la educación. Los más proclives afirman que la IA transformará la enseñanza y creará oportunidades de inclusión y eficiencia para desarrollar habilidades para la vida y enfrentar desafíos educativos del siglo XXI tales como la personalización del aprendizaje, la reducción de las dificultades de acceso para personas con discapacidades, o la automatización de actividades administrativas. El potencial de la AI, afirman los optimistas, es revolucionar la educación para prosperar en un mundo digital más dinámico en el cual todo el estudiantado se beneficiará de sus innovaciones. Otros van al extremo, como el magnate Marc Andreessen, para quien la IA resolverá todos los problemas de la humanidad.
Harari nos presenta la otra cara de la moneda en una forma tan alarmante que amerita ser tomada en cuenta. Refiere que la IA no solo difunde información e ideas, sino que toma decisiones sobre qué informar y qué ocultar. Es capaz también de crear ideas por sí misma. Como resultado, un dispositivo con IA, es decir alguien no humano, puede determinar si una joven es o no meritoria de obtener una beca de estudios superiores, a partir de un algoritmo. Las decisiones de este tipo de algoritmos comienzan a incidir en la política, en la cultura y en otros ámbitos de la comunidad internacional muy peligrosos, como el control de las armas nucleares.

La crítica del filósofo Noam Chomski y sus colegas Roberts y Watumull es también contundente. En su artículo La falsa promesa de ChatGPT este grupo de intelectuales sugieren que este tipo de IA terminará evitando el aprendizaje, puesto que lo limitará a la memorización. Y agregan que, convertida ya en una moda, la IA degradará nuestra ciencia y ética al adoptar en estas tecnologías concepciones erróneas sobre qué es el lenguaje y qué es conocimiento. La inteligencia, en la perspectiva de estos autores, es la capacidad de resolver problemas creando explicaciones, es decir evaluando la información en forma crítica para formular soluciones. La deficiencia más importante de la IA es precisamente la ausencia de la capacidad crítica más básica de cualquier forma de inteligencia: razonar sobre la causa de algo, que es igual a pensar incluso con la posibilidad de equivocarse hasta encontrar la verdad.
¿Qué hacer entonces, como educadoras, ante una revolución tecnológica que apenas comenzamos a comprender, que es constante, acelerada y que está marcando todos los ámbitos de nuestra vida? Algunas contribuciones ya han sido formuladas en este blog (Castillo, M; Vijil, J). En este espacio continuamos elaborando sobre estas ideas.
En una época como la actual, sólo tenemos certeza de que debemos educar para la incertidumbre y el cambio. Quienes logren adaptarse rápidamente y a lo largo de la vida, desarrollando una mente flexible, podrán sobrellevar mejor los desafíos del siglo XXI y de un futuro que difícilmente podemos ahora imaginar (nunca ha sido fácil intuir el futuro, pero ahora es todavía más complejo hacerlo). Como lo cuestiona Harari en sus 21 lecciones para el siglo XXI (Harari, 2018) la gran complejidad para las personas es aprender a conocer la verdad en un mundo plagado de propaganda y desinformación, para poder distinguir el bien del mal, y la justicia de la injusticia. Y por ello propone que la inteligencia emocional es clave para desarrollar estas mentes flexibles: conocernos a nosotras mismas -nuestras emociones y cuerpo-, saber cómo funciona nuestra mente, comprender nuestros miedos y deseos, adoptar el deporte, la meditación y las prácticas espirituales en el currículo, porque las redes sociales desconectan del mundo y previenen que experimentemos con los sentidos y estemos en conexión con nuestro cuerpo.

Nos toca reflexionar con rapidez sobre qué hacer ante este debate del cual difícilmente las educadoras nos podemos abstraer. Todo indica que la IA llegó para quedarse. Los programas actuales están en fase de experimentación, de manera que para que sean útiles y aceptables, hace falta analizar cuidadosamente sus posibilidades, adoptar compromisos ante sus potenciales consecuencias, y no quedarse de brazos cruzados ante su popularidad.
Referencias
Chomsky, N. (8 de marzo de 2023). The False Promise of ChatGPT. The New York Times
Harari, Y. N. (2024). NEXUS Yuval Noah Harari.